miércoles, 30 de junio de 2010

Las exposiciones

Subtítulo: Donde nuestras madres se lucían

Casi todas tuvimos el privilegio de tener madres hábiles en el bordado, tejido, crochet, y más labores de mano. ¡Y cómo se lucían en las exhibiciones de costura y otras tareas similares! Si la mamá no era hábil, ¡pobre chica! A duras penas lograba terminar la larga tarea que se había impuesto y su obra se veía disminuida junto a los logros de sus compañeras que tanta habilidad, constancia y talento (un poco prestado) demostraban.

Claro que sí nos enseñaban y también aprendíamos. Conservo aún los muestrarios de puntadas, un mantel al punto de cruz que hice en el tercer grado, un juego de sábanas hecho no sé en qué grado, una cubierta de cama de un color un tanto raro, y un álbum con muestras de tejidos, incluyendo un juego de ropa de bebé en miniatura. El suéter que hice en la primaria y el vestido que fue el producto de la clase de corte y confección desaparecieron hace un montón de tiempo. El énfasis estaba en la perseverancia para completar obras que requerían horas y horas de dedicación y minucioso esmero.

Las clases con la Madre Carolina eran muy simpáticas. Solo una vez la vi disgustarse seriamente y hasta casi llorar de enojo. No estaba permitido el conversar, sino que debíamos escuchar la lectura de un libro que nos tomábamos turnos para leer. Allí escuché por primera vez las historias de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, y otras que he buscado sin éxito, pero que tenían lugar en un colegio de chicos en Wisconsin…

Creo que podría reproducir el cuarto de costura y volver a poner las máquinas de coser, las bancas, las sillas, los cajones y más detalles en el mismo lugar donde estuvieron en esas horas apacibles en que nuestras manos se mantenían ocupadas, y nuestra imaginación se marchaba de paseo quién sabe por dónde. Y todo en medio de susurros a escondidas.

Las máquinas de coser estaban junto a los ventanales, entrando hacia la izquierda de la puerta. Hacia la derecha estaban las bancas donde nos sentábamos a bordar, tejer y soñar… Y había un cajón muy grande que era mi asiento favorito. La Madre Carolina iba de una en una controlando nuestro progreso: que las puntadas fueran parejas, que los puntos del tejido no se "corrieran, " que el color adecuado se usara en tal o cual detalle de la costura o bordado, y que nuestras manos adquirieran la destreza que da solamente la práctica.

Me acuerdo con extraordinaria claridad los hermosos trabajos que las internas realizaban usando unas puntadas, deshilados, y unos estilos de labores que casi han desaparecido. Tenían mucho tiempo y relativamente pocas actividades permitidas para llenar las horas largas cuando no habían clases, pues la comida estaba lista, la ropa lavada y aplanchada, y el dormitorio limpio. Aparte de las labores de bordado, tejido y similares, poco tenían que hacer, pero desarrollaban estas habilidades al máximo.

La clase de costura era una hora apacible, llena de calma, silencio y, pensándolo bien, una de las más útiles y prácticas para la vida diaria. Así aprendí cosas tan básicas como pegar botones, hacer ojales, coser el dobladillo de una falda o un pantalón, que me han servido innumerables veces a través de una vida entera. Aprendí a tejer a palillos y en varios estilos y no puedo contar los suéteres que he hecho para mí y mis hijos cuando eran pequeños (después quisieron solo los de diseñadores). Lo he disfrutado muchísimo y este trabajo ha añadido un trasfondo de entretenimiento y relajación a mi tiempo libre.

viernes, 25 de junio de 2010

Himno del Colegio de los SS CC

¡Oh colegio, tus nobles blasones
son más claros y limpios que el sol!
Son divinos, son dos corazones,
y es una hostia que irradia fulgor.

Juventud y niñez femenina
que buscáis la verdad con ardor,
acudid a la escuela divina,
acudid a la escuela de amor.
Son maestros Jesús y María
y  su ciencia se arraiga en  la cruz;
el sagrado evangelio es su guía
y la fe es su norte y su luz.

En la urbe de fe ¡Tomebamba!
o ya en Quito, la excelsa ciudad
del Pichincha a los pies ¡Rumipamba!
o en la costa apacible del mar,
como nido de blancas palomas,
como templo y alcázar del Rey,
¡cuán airoso el colegio se asoma
centinela de Dios y su grey!

Versión completa tomada del libro de Víctor Manuel Albornoz sobre el centenario del colegio. Mayo de 2012.


domingo, 20 de junio de 2010

La Marseillaise

I

Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé.
Contre nous de la tyranie,
L'étendard sanglant est levé (bis)

Entendez vous dans les campagnes
mugir ces féroces soldats
Ils viennent jusque dans vos bras,
égorger vos fils, vos compagnes

Aux armes citoyens!
Formez vos bataillons!
Marchons, marchons,
qu'un sang impur abreuve nos sillons.

II

Que veut cette horde d'esclaves
De traîtres, de Roi conjurés?
Pour qui ces ignobles entraves,
Ces fers dès longtemps préparés? (bis)

Français! pour nous, ah! quel outrage!
Quels transports il doit exciter!
C'est nous qu'on ose méditer
De rendre à l'antique esclavage!

III

Quoi! des cohortes étrangères
Feraient la loi dans nos foyers!
Quoi! ces phalanges mercenaires
Terrasseraient nos fiers guerriers! (bis)

Grans Dieu! par des mains enchaînées
Nos fronts sous le joug se ploieraient
De vils despotes deviendraient
Les maîtres de nos destinées!

IV

Tremblez, tyrans! et vous, perfides,
L'opprobe de tous les partis,
Tremblez! vos projets parricides
Vont enfin recevoir leur prix (bis)

Tout est soldat pour vous combattre,
S'ils tombent, nos jeunes héros,
La terre en produit de nouveaux
Contre vous tout prêts à se battre.

V

Français! en guerriers magnanimes
Portez ou retenez vos coups.
Epargnez ces tristes victimes
A regret s'armant contre nous. (bis)

Mais le despote sanguinaire,
Mais les complices de Bouillé,
Tous ces tigres qui sans pitié
Déchirent le sein de leus mère.

VI

Nous entrerons dans la carrière,
Quand nos aînés n'y seront plus
Nous y trouverons leur poussière
Et les traces de leurs vertus. (bis)

Bien moins jaloux de leur survivre
Que de partager leur cercueil,
Nous aurons le sublime orgueil
De les venger ou de les suivre.

VII

Amour Sacré de la Patrie
Conduis, soutiens nos bras vengeurs!
Liberté, Liberté chérie!
Combats avec tes défenseurs! (bis)

Sous nos drapeaux, que la victoire
Accoure à tes mâles accents!
Que tes ennemis expirant
Voient ton triomphe et notre gloire.

Ofrendas durante la Misa

(Ofrenda del cirio) Te ofrecemos, Señor, la luz. Manténla en niestras vidas y en nuestras mentes, y haz que perdure en los que amamos.

(Ofrenda de las flores) Acepta, Señor, las flores que son fruto de esta tierra que es tuya y nuestra, porque su color y perfume alegren nuestra existencia.

(Ofrenda del pan) Te ofrecemos el pan por los que necesitan de tu misericordia material y espiritual.

(Ofrenda del vino) Y el vino para que la memoria de Cristo nos fortifique en los años venideros y se refleje en las generaciones del futuro, en este cáliz que por cincuenta años ha simbolizado nuestra amistad y unión perdurables.

Escrito y leido por mi, en la Misa de celebración de los 50 años de graduación.  

El Tercer Curso

(Poesía escrita como proyecto de grupo, en la clase de composición bajo la dirección de la Madre Emiliana Hinostroza García, Febrero de 1957)

Es la clase bulliciosa
donde reina la alegría
y se aprende poesía
con nuestra Madre Hinostroza.

Dieciocho alumnas (curiosas) famosas
forman un grupo curioso
que un tiempo fue silencioso
y ahora se dan de graciosas.

Y desfilan muy gritonas
Paca Kópel y Azucena
mientras Rosario con pena
ve a Gladys y Ruth (juguetonas) gritonas.

Allá despunta Victoria
detrás de María Eugenia,
luego les sigue Lastenia
con facha de zanahoria.

María Rosa descuella
junto con Ana Lucía
y forman la trilogía
con Clarita, la centella.

Como una rosa encarnada
Marilú brota ligera,
también Zaida placentera
se halla bien acomodada.

Y la "secre" que es Rocío
con su cara de manzana
forman un dúo con Ana
para cantar junto al río.

Hallamos a Evangelina
que junto con Rosa Amalia
y Lourdes cual una dalia
rebotan en la piscina.

Así son las del Tercero:
una mezcla de primores
que conquistan los honores
sacando en sus notas cero.

Marcha de la Juventud

Una sola esperanza nos congrega y nos dicta su ley
Y con esa esperanza afirmamos así nuestra fé

Las naciones del mundo todas dicen en coro:
la juventud es una promesa de un porvenir mejor

Buscaremos la alegria y el amor, en la paz, en la paz.
Con la guerra, con el odio y el rencor, no jamás, no jamás

Cantad, juventud, a los pueblos la felicidad.
Caminemos por la vida con amor, en la paz, en la paz.

viernes, 7 de mayo de 2010

La distancia

Tiene sus ventajas el vivir tan lejos del lugar en que crecí. 

Por un lado: el tiempo se ha detenido en los recuerdos. Por otro, las imágenes de esa vida tan lejana están como congeladas, inmutables. Me acuerdo que hace muchos años al encontrarme con alguna amiga después de 10 o 12 años, mirar su rostro me parecía como mirar una película en que el maquillaje añade edad a los actores en unos momentos y hace que en dos horas transcurran décadas y se reflejen en la cara de los protagonistas. Unas pocas líneas más, unos pocos cabellos grises, una mínima diferencia en la agilidad juvenil, y la imagen mental se ajusta igual con esos ligeros cambios. Después, muchos años más tarde, al encontrarme con personas que no había visto en 20 o 30 años me parecían tan envejecidas y se lo mencioné a mi madre, quien con su natural bondad no me mencionó que yo también sufría de lo mismo. Hasta que me di cuenta que yo también había cambiado sin percibirlo. Así he llegado a comprender la idea fundamental de Fausto, mezclada con el Retrato de Dorian Grey, y Rip Van Winkle, todo combinado.

Lo malo de vivir lejos es el haberse perdido los eventos importantes en la vida de la gente que se ama, y el tener en cierto modo una vida doble. Sé bien que el no haber compartido con mis amigas sus vidas me pone un tanto al margen de su existencia, pero es por eso que he llegado a valorar más la acogida afectuosa que siempre he recibido al regresar a Cuenca. Las llamadas, las invitaciones, y los abrazos cariñosos me han llenado siempre de alegría y nostalgia por el tiempo y la lejanía. Al mismo tiempo, no he podido compartir con mis amigas los momentos cruciales de mi vida, y lo que ellas conocen de mi existencia es una pintura muy unidimensional, sin fondo, sin el marco del medio ambiente que da substancia y añade significado a los hechos. En fin, no se puede tener todo, pero ¿por qué?

El Internet llenó el vacío informativo que el fallecimiento de mi madre hubiera dejado. Ella me envió por miles de correos los recortes que relataban el acontecer de la ciudad y de las personas que yo conocía. Hoy miro los periódicos locales casi cada día, me apeno por los que desaparecen, y me alegro por los triunfos y reconocimientos de otros. Los nombre y las fotos me traen a la mente los nombres de gente en generaciones antiguas, casi mis contemporáneos. 

¿A dónde se fue la vida?

El Grado

Finalmente llegaron los tan temidos y esperados grados. Esperamos con anticipación saber quiénes serían los jurados designados por las autoridades educativas para presidir los grados orales. Era considerado un privilegio ser nominado para presidir los grados en un colegio de tanta categoría como el nuestro.

Fueron dos días en que una por una, en orden alfabético, en el salón de actos del colegio, tuvimos que enfrentar a un jurado compuesto por profesores de otros colegios junto con los nuestros, en cinco materias diferentes. Casi una hora de tener que pensar seriamente y tratar de recordar lo estudiado y aprendido y de responder en forma adecuada o al menos coherente a las preguntas de estos cinco señores. Y con gente que de pura buena voluntad, cortesía y afecto habían venido a acompañarnos y disqué presenciar el mentado grado. La presión y el miedo a pasar una vergüenza si la memoria y los nervios nos fallaban deben haber sido tremendo, una especie de tormento final inventado como para no dejarle a una ganas de exponerse a vivir otra experiencia similar por nada del mundo, y a elegir quedarse en casa, buscar marido, y abandonar todo interés intelectual, o correr más riesgos.

Luego de cada grado venía la investidura con la capa y el birrete, la lectura de un juramento cuyo contenido no me acuerdo, las fotos, y a veces una visita breve a la casa de la graduada para una copa de vino celebratorio. Hacia el final del día las copitas se habían acumulado en el sistema. Y ahí es donde hasta la coherencia nos llegó a faltar ("el Presidente García Moreno fue hijo de un señor García y, pues, de una señora Moreno …")

Hubo varias fiestas en nuestras casas, con el resto de la clase invitada, más sus pretendientes o novios más o menos oficiales. Pasamos un par de semanas increíbles.

Eran el fin de una jornada que comenzó con un grupo de niñas y terminó con mujeres listas a asumir su sitio en la sociedad y a dar su contribución a la vida. Dos fuimos a la universidad (siempre lo habíamos planeado), varias fueron a la Escuela de Bellas Artes (dos eran verdaderas artistas), otras comenzaron a trabajar en distintos sitios. Poco a poco cada una siguió su propio destino.

La vida se encargó de llevarnos por distintos rumbos, a otras ciudades y a otros países, pero la amistad, una amistad maravillosa, sincera, y única, perduró, maduró, nos sirvió de seguridad y ancla. Yo siempre he hallado terapéutico regresar a Cuenca y re-encontrarme con mis compañeras de antaño, y retomar la conversación o iniciar una nueva en medio de una confianza y comprensión absolutas. Me considero afortunada porque al faltarme hermanas tuve amigas a lo largo de medio siglo y desde mucho antes.

La verdad es que eramos un grupo de chiquillas amables, sencillas, bondadosas y básicamente generosas. Nuestras familias nos inculcaron ciertas virtudes y las monjas las cultivaron.

Y ese final de una etapa maravillosa llegó, dijimos adiós a lo que había sido más que nuestro segundo hogar. Y nos prometimos encontrar en dos años, en cinco, quizá en diez, pero no pudimos pensar más allá en este futuro tan lejano e inimaginable. Con la falta de visión de la juventud no pudimos pensar, menos planear un encuentro en otro siglo, y en un mundo tan distinto. Apenas aprendí un poco de mecanografía, en un por si acaso…. Yo iba a ir a la universidad, a convertirme en profesional, y siempre tendría secretaria. Ahora aquí estoy en mi computadora portátil y usando los medios más modernos para dejar constancia de mis pensamientos y de mi afecto hacia una época de mi vida y aquellas que la compartieron.

Gracias a la vida

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado
Y en las multitudes el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el sonido y el abecedario
Con el las palabras que pienso y declaro
Madre, amigo, hermano y luz alumbrando,
La ruta del alma del que estoy amando

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos
Playas y desiertos, montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazon que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano
Cuando miro el bueno tan lejos del malo
Cuando miro el fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto
Asi yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto.

Violeta Parra
1964-1965

miércoles, 5 de mayo de 2010

Los Ángeles, las Hijas de María y las Hijas de los Sagrados Corazones

Aún conservo las cintas verde, azul y roja de cada congregación en un sitio especial de mi departamento de Cuenca, enrolladas, tal como era la manera de hacerlo cuando hace más de cincuenta años llegué a ser miembro de esos grupos más o menos escogidos.

Éramos escogidas como Ángeles en la primaria. El próximo paso de gran importancia era ser elegidas para llevar la cinta azul de las Hijas de María y ahí permanecíamos por varios años. Solamente en los últimos años de colegio nos admitían como Hijas de los Sagrados Corazones y esto constituía un verdadero honor. De acuerdo a las fechas en mis “recuerdos” en marzo del '54 me hicieron Hija de María y en marzo del "58, hija de los Sagrados Corazones, es decir en sexto grado y cuarto curso.

Incluyo los “recuerdos” de cada ocasión que conservo (o conservó mi mamá). Debo digitalizar el botón a colores de los SSCC que estaba sobre la cinta en cuanto lo tenga a la mano. Era un trabajo muy fino y artístico.

sábado, 17 de abril de 2010

Las rifas de la Madre Superiora

¿Se acuerdan? Yo sí. Creo que aún conservo unos vestidos tejidos en crochet para muñecas (de unos 8 centímetros de alto) que "me sacaba" en las mentadas rifas. En una revista vi algo similar para usar como manoplas o agarradoras para los trastos calientes en la cocina. Como todo mi fiambre se gastaba en boletos, mis padres no estaban muy convenidos con la idea de esta rifa, pues consideraban que yo necesitaba comprar y comer unas golosinas en vez de los cachivaches que recogía en ella y traía a escondidas a casa. Pero a mí sí me gustaban estas rifas. ¿Dónde más iba a encontrar las cosas mitad antiguas, mitad absurdas que obtenía como premios? 

No sé si Ma Mer se entretenía el año entero recolectando o haciendo estas pequeñas cosas o en dónde las encontraba. Debe haber tenido un tesoro casi inagotable de tarjetas, medallitas, dijes, estampas, etc. Siempre había la esperanza de ganar algo bonito, pero los chances, como en toda lotería, eran uno en varios miles.

Cuando la Madre Superiora fue enviada a presidir otra comunidad las rifas desaparecieron. Para entonces yo también había crecido y esta actividad tan  peculiar había perdido su encanto, pero fueron tan divertidas mientras duraron. Varias décadas más tarde, aún las recuerdo con especial nostalgia.

De Lastenia:

Tu blog me hace recordar muchas cosas y sensaciones de cuando inocentemente enfrentábamos la vida con risas y alegría, como debería ser siempre. Cuando salíamos del colegio a las 12, se abría el mundo para darnos paso, para empezar a ver que había otra gente aparte de los abuelos , primos, tíos y hermanas.

Tambien había amigos, primero; luego aparecieron los pretendientes. Que alegría nos causaba que alguien nos salude especialmente, que nos digan un piropo, que nos acompañen a la casa. Después nos pedían el teléfono.

Al principio, no teníamos otra idea que bajar en grupo riéndonos y patinando en las aceras de la Bolívar, como si tuvieramos patines. Ya puedes imaginarte, 8 o 10 "chicas," la mayoría bien altas, con 16 o 17 años, riendo y patinando en la calle principal de nuestro hermoso pueblo, que en ese entonces era simple y bello, sin el tráfico de ahora, en donde conocías y veías a todo el mundo en la Bolivar.

Tambien un tiempo comprábamos en San Sebastián, en una pequena tienda, choclos com queso, unos enormes choclos humeantes, blancos que nos alcanzaba para todo el viaje a casa. Después de un tiempo cambiamos el choclo con las pastas de queso. No me acuerdo como se llamaba la pasteleria, frente al correo, te acuerdas tú?   (Nota de Lourdes: la panadería de la señora Jesús Idrobo? Aún existe, y aún compro dulces ahí.)

lunes, 29 de marzo de 2010

La piscina

El colegio tenía una piscina que posiblemente significó una inversión grande, aún con los bajos costos de ese entonces. Lo interesante es que la famosa piscina, síntoma de progreso para una institución educativa, con vestidores y todo, nunca en realidad se usó, o mi memoria me falla completamente. No recuerdo haberla visto nunca llena de agua, y menos aún con alguien nadando. Tengo una foto de un premio en que las chicas están paradas al borde, en una esquina. Eso fue todo. La dificultad para usarla residía en que para nadar había necesidad de ropa apropiada, y el hecho de que los tiempos en que las mujeres iban a la playa cubiertas del cuello a los pies habían ya pasado (¡era la segunda mitad del siglo XX!). Para nuestras buenas maestras monjas esto constituía un dilema serio: ¿cómo permitir que sus alumnas aparecieran con tan poca ropa, aun cuando solo estuvieran presentes otras chicas? La piscina y el concepto de modestia estaban en polos opuestos.

Para mí y considerando el frío de Cuenca no sé si la piscina era tan buena idea, con o sin el pequeño detalle de los trajes de baño. Una con aguas térmicas, naturales o artificiales, hubiera sido otra cosa....

La biblioteca

La pequeña biblioteca administrada por la Madre Emiliana constituía para mi un verdadero tesoro. No se imaginan cuantas veces en mi larga vida profesional me ha cruzado por la mente el cuartito angosto con anaqueles a ambos lados que era nuestra biblioteca. Habían los libros clásicos de la literatura universal y española, y libros de ficción para lectura recreativa. El que el colegio tuviera una biblioteca, a pesar de las limitaciones de tamaño y acceso, era por si una verdadera novedad en ese entonces. También nos ensenaba a respetar y casi venerar los libros: debíamos mantenerlos y devolverlos en perfectas condiciones, usarlos con manos limpias, nada de notas en los márgenes o esquinas de páginas dobladas. Yo creo que llegué a leer casi todo el contenido de ese pequeño cuarto y obtuve horas maravillosas de entretenimiento, disfrutando las fantasías y contemplando ideas y teorías de antaño y las promesas del futuro.

Yo no sospechaba entonces que las bibliotecas se convertirían en mi segundo hogar y en una manera gratísima de tener un salario decente y contribuir al sostenimiento de mi familia. Esa pequeña colección de libros me convirtió en usuaria de bibliotecas y promotora de esos servicios para el resto de mis días, y esas experiencias tuvieron mucho que ver con mi decisión de asistir a la universidad de Cuenca y años más tarde obtener un diploma en Bibliotecología y convertirme en bibliotecaria profesional.  Desde ahí las bibliotecas han sido una parte integrante de mi existencia, un estímulo intelectual diario, y una misión.

Las compañías que publican libros celebran cada año "ferias" para promocionar sus productos a nivel internacional, en distintas ciudades. En una que atendí en Buenos Aires tuve la enorme sorpresa de encontrar una mesa entera con ediciones nuevas de las novelas de Rafael Pérez y Pérez que se contaban entre los libros de nuestra biblioteca colegial. Fue como volver a otra realidad, o verificar un recuerdo remoto y sutil de hace medio siglo.

Tengo en mi llavero una tarjeta de metal que dice: "I have always imagined that Paradise will be a kind of library." Jorge Luis Borges. O, en español: "Siempre he imaginado que el paraíso será un tipo de biblioteca." Empecé a creer lo mismo en ese pequeño espacio con anaqueles con puertas de vidrio que fue nuestra biblioteca colegial.

La Madre Emiliana

Posiblemente la maestra que más influyó en mi vida fue la Madre Emiliana Hinostroza. Era nuestra maestra de Castellano y Literatura. Es admirable cuánto empeño puso en que aprendiéramos a escribir bien y cómo sembró y cultivó en nosotras el gusto por la lectura. Ambas actividades fueron no solamente de gran utilidad, sino indispensables en cualquier circunstancia y un inmenso beneficio para nuestro futuro, cualquiera que haya sido el camino que elegimos. Nuestra ortografía era de primera calidad porque no se nos perdonaban las faltas. Todos los acentos, los puntos, las comas y más detalles del uso correcto del lenguaje eran sagrados, sin discusión. Un mínimo error y el Sobresaliente desaparecía y al trabajo le caía un Muy Buena o peor.

Tengo los cuadernos con escritos sobre distintos tópicos, y las poesías (o lo que pasaba por tal). Y las notas escritas por mi maestra, a veces alguna crítica y a veces reprimida alabanza, y siempre la impresión de que ella había tomado el tiempo para leer y evaluar mi tarea, y de que lo había hecho porque de verdad yo tenía un valor como estudiante y como ser humano. Fuimos de verdad muy afortunadas al contar con una mujer y una religiosa de la categoría intelectual y cristiana de la Madre Emiliana.

Pocas personas han dejado en mi vida una huella como la de esta maestra inolvidable y tan querida.

Sexto Curso

Aquí reproduzco el orden de nuestros pupitres:

Ventanas                                                                           Armario

Rocío                 Rosarito           Azucena                Zaida

María Rosa      Gladys              Rosa Amalia         Maria Eugenia

Lourdes            Marilú               Enma                      Ana Lucía

Lastenia           Anita

Victoria            Clara                                                  Puerta

La clase estaba en el sector que tradicionalmente era de la comunidad religiosa. Solo se nos permitía subir las gradas (anchas y de tablones gruesos) y caminar derecho a nuestra clase. El resto de ese sector del edificio era un misterio. Las paredes eran gruesísimas, alrededor de 70-75 centímetros, suficiente para empotrar un closet enorme en el cual podíamos escondernos todas las 8 alumnas de "bachillerato" (humanidades) y, naturalmente, alguna vez lo hicimos. Las dos más pequeñas cabían bien en los anaqueles horizontales y el resto de pie, detrás de la puerta. En la mentada ocasión casi le causamos un ataque a la monjita que enseñaba matemáticas al desaparecer y luego volver a aparecer todas angelicales, con caras serias y de niñas buenas, como si nada, mientras ella se desesperaba sin saber que nos había sucedido. Ella había ido a buscar ayuda de otras monjas, pasmada por la extraña desaparición de todo el grupo que había vuelto a la normalidad cuando ella regresó con refuerzos. De seguro que la creyeron un poco confundida y peor al ir con una historia de desaparición semejante.

Me acuerdo unas tardes lluviosas, oscuras, y heladas, con esa lluvia triste y fría como solo he experimentado en Cuenca por su altura. Todas nos sentábamos muy juntitas dentro del espacio de una ventana a contar y escuchar cuentos "de miedos." El contenido de las historias es borroso, pero tendré que obtenerlas de alguna que si se acuerde. Existía una sensación de hermandad, de protección mutua y de saber con seguridad que esos momentos serian únicos, porque nuestra permanencia en el colegio estaba ya próxima a terminar.

Vino y otras bebidas

Estábamos en Quinto Curso y nuestra clase era en el tercer piso, encima del proscenio del salón de actos, en un cuarto angosto casi sobre la puerta de entrada y la portería (y la Madre ………, una monja muy bajita cuyo nombre se me escapa). Un jardín lleno de árboles estaba debajo de las ventanas y a veces llegaba el perfume de los jazmines desde el otro lado del sendero que conducía de la calle a la portería. Este es un perfume que me ha quedado en el fondo del alma y que me conmueve a través de medio siglo, no importa dónde esté.

Habían dos hileras de pupitres, uno a cada lado del cuarto y al fondo (o al frente, depende del punto de vista) estaban el pizarrón, y el escritorio para el maestro o maestra. Desde las ventanas (a las que teníamos prohibición de aproximarnos) se miraba el sendero de entrada con su caminito de adoquines y la hierba a los lados, todo encerrado entre altos muros. Atrás o junto a la puerta había un armario con dos puertas donde poníamos algunos materiales de la clase, y donde en aquella memorable ocasión también se conservaban los trabajos de fermentación en que algunas estaban poniendo en práctica las lecciones.

El programa de estudios incluía química y esa fue nuestra oportunidad de aprender los principios de la fermentación y la destilación del agua y otros líquidos. Cuando convenía hasta las menos estudiosas aprendían algo –y esto debe ser tenido en mente para saber despertar el interés académico entre los jóvenes.

Al cabo de unos días la fermentación había llegado a su punto, y lo que originalmente eran jugos de frutas se había convertido en alcohol de bajo grado, pero alcohol al fin. Ahí es cuando las cosas se pusieron interesantes por decir lo menos. Las visitas al armario por parte de algunas chicas eran repetidas y, poco a poco, algún efecto les habrá hecho, hasta que entre los sospechosos paseos al armario, con o sin pretexto, y el olor mismo del "experimento" lo delataron ante las monjas y tuvo un final sin gloria.

Años más tarde descubrí que en este país (USA) habían rígidas leyes contra el consumo de cualquiera forma de alcohol por menores de edad, lo que en algunos estados significaba los 21 años. La sola posesión de una bebida alcohólica podía traer consigo la expulsión automática de la universidad. ¡Sabe Dios lo que les hubiera ocurrido a las fabricantes de contrabando en una clase del colegio!

Yo me acordaba de esta aventura cuando mi suegro italiano tenía licencia del Estado de Illinois para hacer anualmente hasta 200 galones de vino para consumo familiar y el olor de la barrica en el sótano llegaba al piso principal de la casa.

El patio

La Virgen presidía nuestros juegos desde una urna rodeada de flores y una verja de hierro forjado donde iban a morir las pelotas en el centro del patio. Esto último no es lenguaje figurativo, sino descripción real. Las puntas de hierro en que terminaba la verja parecían atraer las pelotas y ahí quedaban agujereadas y desinfladas.

La verdad es que la simbología de la Virgen como guardiana de nuestros momentos de ocio es impactante. ¿Quién mejor para cuidarnos en las carreras desenfrenadas, en alguna caída sobre el pavimento de adoquín, en las conversaciones privadas y en los secretos compartidos de adolescentes? La vida comenzó a ponerse seria cuando abandonamos los "marros" y comenzamos a caminar en grupos alrededor del patio por considerarnos demasiado crecidas para juegos de niñas. La competencia de velocidad y agilidad cedió a la competencia real o imaginada por la atención masculina.

Años después fuí con mi marido y mi hija muy pequeña a visitar el colegio. El patio todavía existía y un escalofrío de emoción me recorrió al cruzarlo y verla corretear por los andenes. Tengo aún un breve film que muestra este escenario de una parte quizá la más feliz de mi vida por ser la más sencilla. Los problemas eran limitados, las responsabilidades en proporción, y las soluciones aún estaban en manos de mis padres. Claro que ese momento parecían irremediables, pero en el enorme horizonte de la vida entera no eran sino una manchita, un instante prófugo o una nube ligera en la amplitud del cielo. ¡Si lo hubiera sabido!

También jugábamos al básquetbol, vólibol, las carreras, y un juego que ni siquiera Google reconoce: las "aparadas" (!?) en que dos equipos se enfrentan y hay que parar la pelota tirada con la mayor fuerza posible por el equipo opositor. Si la pelota te toca y no la paras, sales del juego y vas al otro lado de la cancha. Lo jugábamos las internas y semi-internas interminablemente después del almuerzo mientras los buses traían al resto de las estudiantes. Uno u otro juego se ponía de moda por temporadas, y parecía que el interés se esfumaba justo cuando yo (que nunca he sido muy atlética) había medio mejorado mis habilidades.

El patio era enorme (¿o solo me parecía así?), rodeado de pilares gruesos de roble o nogal y con amplios corredores cubiertos. Las puertas y ventanas de las clases de la primaria y los primeros cursos de secundaria se abrían hacia ese espacio abierto. El comedor también estaba localizado a un lado. Y ese patio se llenaba con las voces y gritos alegres de las niñas y jóvenes que aprovechaban unos minutos de recreo bajo el sol del trópico moderado por la altura de los Andes. A veces esperaba constantemente esos momentos de descanso, y otras prefería la calma y silencio de la clase para pensar y leer, e imaginar. ..

El patio era donde nos organizaban y nos ponían en orden. Me acuerdo las filas en orden de tamaños para caminar a clase. Y las filas para ir al bus. Y las filas para entrar en la capilla. Y las filas para las procesiones de mayo. Parece que pasé muchas horas en fila con uno u otro propósito. Y el silencio de las filas, sin un susurro, peor una conversación. Tal vez por eso siempre me han molestado los montones de gente y prefiero el orden de las filas, pues mi psique se organizó de un cierto modo y no acepta fácilmente el caos, pero reclama orden. Hasta hoy las muchedumbres desorganizadas me amedrentan.

Mayo

Mayo era el mes de María, las flores, la poesía, y las competencias que culminaban en la coronación de la virgen el último sábado del mes. Era un tiempo hermoso, las vacaciones se acercaban aunque con ellas los exámenes finales, pero habían muchas festividades que traían un ambiente festivo a nuestro quehacer cuotidiano. Los universitarios y los colegiales elegían sus reinas, habían fiestas, bailes, misas (desde la Virgen de la Sabiduría en la universidad, hasta la del Anfiteatro en la Escuela de Medicina), etc.

En el colegio se celebraba el Mes de María en grande. No sé si para mantenernos ocupadas o para promover realmente la devoción a María las monjas se inventaron una competencia con contenido religioso. Cada sábado se contaban las jaculatorias, los sacrificios, los rosarios, las misas, y las comuniones que las alumnas de cada curso habían rezado u ofrecido durante la semana. El curso con el mayor puntaje ganaba.

La competencia era muy reñida y para ganar había que hacer hasta lo imposible y los esfuerzos no tenían límite. Cada minuto disponible estaba lleno de jaculatorias, mientras más cortas mejor para acumular más, pero eso no era suficiente, pues al mismo tiempo se podían hacer "sacrificios" con una piedra en el zapato y creo que contando cada paso. Cuando caminábamos hacia casa al mediodía mientras más lejos debíamos ir, mejor, porque se "hacían" más sacrificios. Este es uno de los detalles más cómicos que siempre me hace reír y creo que hasta Dios debe haber sonreído sobre nuestra creatividad para dedicarle oraciones.

De todos modos, mayo era esperado como algo especial. El mes de las flores (yo he visto en Cuenca flores todo el año…) era la antesala de junio con los exámenes trimestrales y luego julio con los finales.

Las "horas sociales"

¿Alguien recuerda las llamadas "comedias."? Me parece o casi siempre estábamos ensayando para una de estas presentaciones, y naturalmente era un honor participar en ellas.

Los dramas era la pieza central de estos eventos. Uno tenía lugar en Normandía. Otro se refería al descubrimiento de la chinchona o quinina, con el Virrey del Perú y la Condesa de Chinchón. Otro tenía lugar en Granada (Mi única línea era: "¡Es la Giralda!").

Fueron tantas "horas sociales" que mis recuerdos son un tanto borrosos, pero haré una lista de los números que resaltan porque se repetían:
  • Las piezas al piano a dos, cuatro y hasta seis manos (las hermanas Anita, Fina y Susana)
  • Los grupos de acordeones
  • Los cuadros alegóricos, con recitadoras al frente (Rocío era preferida)
  • Unos cuadros con las olas que se movían. Otros con alguien en el papel de la Virgen Dolorosa.
  • Las recitaciones de lo propio y ajeno (con movimientos de manos y todo ¡qué horror!)
  • Los bailes en trajes de españolas
Ahí es cuando cantábamos el Himno Nacional del Ecuador y el de Francia hasta que nos tocó una superiora española y entonces tuvimos que aprender el de España y fuimos de "Allons enfants…"  a "¡Viva España….."

¡Qué lástima que no hubiera cámaras de video en ese entonces! ¡Lo mucho que nos podríamos reir ahora! Ni siquiera fotos se tomaban de estas cosas.

 

sábado, 20 de marzo de 2010

¡Terremoto!!!

Cuando estábamos en un aula del tercer piso, cualquier temblor, por mínimo que fuera se sentía en grande. El edificio entero parecía bambolearse, y posiblemente lo hacía dada su estructura hecha a base de pilares de madera. Lo sorprendente es que a nadie se le ocurrió aconsejarnos que lo más peligroso en un caso así eran las gradas también de madera y que podrían desencajarse y caer con un movimiento brusco o un temblor prolongado (en términos de segundos). Tampoco a nadie se le ocurrió que un edificio de esa naturaleza podía ser una verdadera trampa en caso de un incendio, que por fortuna nunca se dio (excepto una vez en que por breves segundos un alambre eléctrico que iba hacia en encendedor de la luz se comenzó a incendiar y alguien lo apagó de inmediato). No quiero ni siquiera imaginarme las consecuencias de un pánico y la dificultad de escapar sin haber tenido nunca ningún entrenamiento ni rutas definidas (como los hacen las escuelas en los Estados Unidos).

Había especialmente una compañera que en cuanto se sentía un temblor llagaba al patio en cuestión de segundos. Cuando las demás finalmente llegábamos ella estaba ya apaciblemente esperándonos. La mayor parte se aterrorizaban. Por razones que ignoro a mí los temblores no me provocaban mayor impresión y mantenía la calma. Era un hecho natural sobe el cual no teníamos control y por tanto nada se podía hacer sino esperar a que terminara y afrontar las consecuencias.

Un buen día yo caminaba por el centro de la clase (angosta, y con ventanas hacia el camino de entrada) y súbitamente tuve la tentación de asustar a mis compañeras. Era una broma más o menos inocente, mínima, pero yo no contaba con que coincidiera con un hecho de verdad. Estiré la mano, toqué el foco para hacerlo moverse, y grité: “¡temblor!” Instantáneamente todo empezó a moverse con un verdadero temblor que yo sin quererlo casi había provocado. Me sentí un poco culpable, y el leve temor a las consecuencias disciplinarias por un chiste se convirtió en verdadero temor a la casualidad que me había hecho una mala jugada.

Ese fue el día en que yo causé un temblor.

Familias y cumpleaños

Nuestros padres nos trataban a todas las amigas de sus hijas con cortesía y tolerancia. Desde luego que nuestro comportamiento era también extremadamente respetuoso, y algo temeroso. La fuerza de la tradición del patriarcado se reflejaba en estas familias “chapadas a la antigua.” Los padres eran en cierto modo invisibles. De algunos ni siquiera me acuerdo, y no creo que llegué a conocerlos sino solo saludarlos en un pequeño número de ocasiones: grados y bodas. La mayoría no asistían a las funciones escolares. El Comité de Padres de Familia de algún modo se ingeniaba a incorporar un par de señores en su directorio y no sé cómo lo conseguían. Quizá eran los únicos que habían atendido la convocatoria a reunión y por eso terminaban hechos cargo de la organización.

Eran las mamás las que estaban siempre presentes, eran amables, y afectuosas, y me hacían sentir bienvenida en sus hogares, y como parte de la vida de sus hijas. Las funciones u “horas sociales” del colegio estaban siempre atendidas por madres y tías. Me parece como si todas tenían una colección de tías, muchas de ellas ex-alumnas del colegio. Rocío y Marilú las tenían en buen número, y a veces también Victoria.

Por la vecindad al colegio, la casa de Clarita era una parada frecuente. Siempre recuerdo la cordialidad y bondad genuina de sus padres que desbordaban amabilidad, calma y dignidad. Era una casa antigua, de una sola planta y con un jardín enorme y precioso. Y Clarita tenía la suerte de tener lo que siempre quise, y nunca tuve: un hermano mayor, con sus amigos, y abundancia de compañía joven.

Y entonces llegaban los cumpleaños…. Es muy apropiado que me acuerde de esas ocasiones cuando el mío se acerca. Habían (y hay) dos grupos de cumpleaños: en agosto-septiembre y en marzo-abril. Los demás estaban desparramados a través del año. Algunas los celebraban invitando a las amigas, sin faltar, de año en año. Otras no lo hacían con tanta regularidad. Siempre fueron gratas oportunidades para compartir unas horas fuera de los muros del colegio, con galletitas, te, y unas cuantas otras golosinas. En general nuestras celebraciones (tal como nuestras vidas) eran poco complicadas, con el énfasis en estar juntas por unas horas más que en el despliegue de detalles superfluos.

Compañeras en 2007

La escuela gratuita

Al otro extremo de la cancha de básquet y cerca del muro y de la calle estaba el edificio de la escuela gratuita. Representaba el esfuerzo de las monjas de proveer educación a las niñas que no podían pagar una pensión mensual. No olvidemos, que mientras nosotras atendíamos un colegio con la implicación de una educación secundaria en el plan de vida, las otras solo iban a una “escuela” elemental. No más educación para ellas, y al final quizá el empleo en una casa de la ciudad como empleadas domésticas. La idea, en esos tiempos, parecía generosa, humana, de cumplimiento de los deberes sociales y de caridad. Y no era una cuestión solamente de dinero. Lo curioso es que muchas chicas que atendían el colegio, lo hacían a base de una pensión reducida o hasta perdonada, para ayudar a las familias “venidas a menos” pero que por herencia o tradición (o apellido) pertenecían a otro estrato social y no podían mezclarse con las “gratuitas.” (¡Y quién dijo que todos habíamos sido creados iguales….!)

Para desarrollar esos mismos sentimientos de conciencia y responsabilidad social en las alumnas de las familias más favorecidas por la fortuna, las monjas nos pedían cada Navidad la donación de un vestido para una niña pobre. Nos entregaban las medidas de una chiquilla y nuestras madres se preocupaban de hacer o mandar a hacer un vestido de acuerdo a ellas. Desde luego que el estilo y material del traje en cuestión no tendría mucho en común con los que nosotras nos poníamos. Casi siempre las monjas recibían los vestidos y luego los entregaban a las muchachitas de la escuela. Pero tengo una vaga memoria de la ocasión cuando las monjas nos pusieron en dos filas: en la una las niñas del colegio, y en la otra las niñas de la escuela y cada una le entregamos a la otra su regalo y aceptamos su agradecimiento.

Hoy, en un mundo más humano y realista, el recuerdo de esta noción de desigualdad de oportunidades y de segregación de hecho, me hace sentir más que un poco incómoda. El principio mismo de esa separación que desde luego reflejaba los valores de una sociedad entera en esos tiempos, pero que era institucionalizada por una organización católica, me parece extraña. Pero en la mente de los adultos cumplía un fin: enseñarnos lo básico de la caridad, a compartir, a ser conscientes de las necesidades ajenas, y a ser agradecidas por lo que nosotras teníamos. Y la escuela gratuita, en un momento en que la educación no era una oportunidad para todos los habitantes de nuestro país, aunque la ley dijera otra cosa, posiblemente cumplió su misión y educó aunque mínimamente a un grupo de mujeres que de otro modo ni siquiera eso hubieran tenido.

Los retiros espirituales

Cada año por la época de la Cuaresma teníamos tres días de ejercicios espirituales, con prédicas del capellán del colegio o algún otro sacerdote. Eran días de silencio, oración, introspección. Cada una debía traer un libro sobre la vida de algún santo o algún tópico religioso para leer en los momentos libres (yo leí sobre Santa Teresita del Niño Jesús y María Goretti). Pero la mayor parte la pasábamos en la capilla (y no me refiero en la misa y el rosario, porque esas eran actividades normales diarias) sino escuchando las prédicas y orando. Las alumnas de los cursos superiores se turnaban para participar en la “adoración perpetua” que como parte de sus reglas mantenían las religiosas de los Sagrados Corazones.

Una vez, el último año, el retiro incluyó permanecer en el colegio las noches, y dormir en el dormitorio de las internas. Fue una aventura increíble, que me hizo sentir tan importante. Yo nunca había dormido en el colegio. M. y yo nos apuntamos de voluntarias para ir a hacer la adoración del Santísimo entre la 1 y las 2 de la madrugada (¡queríamos ser tan sacrificadas!). De algún modo nos despertamos y vestimos a oscuras. Era una noche helada como casi todas las de Cuenca. El dormitorio estaba en el tercer piso, sobre el salón de reuniones, en el lado oeste del patio y la capilla casi en dirección opuesta, en la planta baja.

Unos pocos meses antes, la Madre María Ignacia había fallecido y nos hizo mucha impresión, aparte de que dejó un vacío pues todas habíamos tenido mucho contacto con ella a través del canto y coro. Algunas más, por sus lecciones de piano. Pues el cuento es que estábamos bajando silenciosa y cuidadosamente, medio dormidas, cuando a mi amiga se le ocurrió mencionar el hecho de que la monja recién muerta pasaba sus horas muy cerca de la grada. Fue suficiente para que ambas emprendiéramos una carrera desalada por la grada, en la oscuridad que lo hacía todo más aterrador. Llegamos a la capilla sin aliento. Nunca había rezado con tanta devoción, pidiendo por mi misma y mis pecados cometidos y por cometer.

Muchísimo tiempo después en la biblioteca de la universidad donde trabajé (era una institución católica) me encontré una copia de Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. No los había recordado en años, pero ese momento comencé a leerlos ávidamente – en honor a las memorias.

Las ciencias y los experimentos

Generalmente las ciencias se enseñaban de una manera teórica, pero en cierto momento a alguien se le ocurrió en nombre del progreso establecer un pequeño laboratorio de química para que pudiéramos hacer algunos experimentos, utilizando el espacio que antes era dedicado a los pianos y la enseñanza de música.

Las cosas no iban muy mal. Me acuerdo hasta algunos términos que entonces llegaron a ser familiares aunque un tanto cómicos: probetas, tubos de ensayo, pipetas, retortas (para destilar), buretas, cristalizador, etc. La mera mención de algunas palabras nos provocaba una risa incontenible.

Nos creíamos medio alquimistas… Imagínense la posibilidad de mezclar dos substancias y mirar cómo cambiaban los colores y se producían olores extraños. Era muchísimo mejor que solo leer o que alguien nos contara sobre lo mismo. La física con sus palancas, poleas, imanes, etc., no era tan atractiva. ¡Y el miedo a las consecuencias de nuestros experimentos de principiantes, como una explosión! Para nuestros limitados conocimientos esta química era una especie de juego.

Como dije antes: todo iba bien, a pesar del riesgo inherente a estos simples trabajos. ¡Cuando pienso que nunca tuvimos gafas de protección, por ejemplo! Un buen día por un accidente (medio planeado) se produjo una mezcla sulfurosa, de un olor horrible, que se esparció por el salón de actos, unos minutos antes de cuando debía realizarse una reunión importante con la asistencia de todo el colegio. La reunión se retrasó o no tuvo lugar. Ese fue el fin de nuestra naciente carrera de científicas. ¿Se habrá perdido el mundo algún talento especial?

Lo que si aprendimos fueron los procesos de destilación y fermentación…. Pero eso es parte de otro capítulo.

El mediodía

El bus solo proporcionaba servicio 3 veces al día. Al mediodía debíamos caminar a casa, y este chance de ir por cuenta propia se convertía en la oportunidad de escapadas para muchas que querían encontrarse con sus enamorados. No nosotras, éramos tan serias, obedientes, respetuosas de las normas familiares y sociales, aplicadas al estudio (“matonas”), en fin podría seguir muy largo rato y retomar la serie de autoalabanzas donde se quedaron hace un montón de años.

Nosotras caminábamos como un grupo. Si no fuera una violación a la privacidad, les contaría con nombres quienes formaban el grupo que bajaba por la calle Bolívar, de par en par, o tres en fila, y que poco a poco se deshacía porque sus integrantes se quedaban en su casa o debían tomar una calle lateral para llegar a ella. Lo tengo tan presente que no necesito fotos para tenerlo frente a mi mente. Mientras tanto nuestros pretendientes (los que tenían autos) daban las vueltas haciéndose notar y las más atrevidas se iban con ellos. Por varios años un grupo o jorga de muchachos se reunían en la esquina de la Bolívar y Padre Aguirre para piropear a las chicas colegialas que pasaban por allí. Hoy, en estos mundos (USA), esto sería considerado acoso, pero en esos otros tiempos tenía un tinte de especial atención, y de gracia.

No había mucho tiempo que perder. Salíamos del colegio a las 11:45 y el bus nos recogía a la 1 o la 1 y media. Debíamos caminar de prisa, comer rápido, y estar listas para tomar el bus de regreso. Por varios años mi familia decidió que era mejor que yo permaneciera en el colegio como semi-interna y almorzara allí. La comida no era en realidad mala, pero yo era difícil de complacer y a duras penas lograba ingerir el alimento diario, lo suficiente para que no me faltara el ánimo durante las horas de la tarde. La buena parte del seminternado era el largo recreo que teníamos entre el fin del almuerzo y el comienzo de las clases de la tarde. Cuando al fin pude integrarme al grupo de caminantes, fue una especie de premio o conquista de libertad muy apreciada. No se si todas, pero yo me sentía dueña de m propia vida y casi con los privilegios de una persona adulta.

La caminata era aún más interesante durante la época que precedía al carnaval. Mientras más mojadas llegábamos a casa, más contentas estábamos. Era una especie de cumplido el que a una la mojaran con bombillos llenos de agua o de cualquier otra manera.

domingo, 31 de enero de 2010

La capilla

¡La capilla era tan hermosa! La podría dibujar de memoria: Atrás los reclinatorios individuales, pero juntos, grandes y cómodos para las monjas, y bastante prohibidos para el resto de la humanidad. Luego las bancas para las alumnas del colegio, las más pequeñas y jóvenes al frente en bancas más bajitas. Teníamo puestos asignados.  Las Hijas de los Sagrados Corazones se sentaban al borde central de las bancas, y en sucesión las Hijas de María y los Angeles.

Atrás y arriba estaba el coro con el órgano de fuelle. Lo usaban la Madre Ignacia y un coro, integrado generalmente por las alumnas internas que tenían tiempo extra para la práctica y cantaban con voces muy lindas. Era una zona medio vedada al resto de los mortales. Una vez, mi familia y algunos amigos norteamericanos atendimos una Misa de Media Noche y tuve oportunidad de subir y usar los reclinatorios de esta parte de la capilla; con emoción honda tuve la tentación de tocar en el órgano alguna melodía navideña pero al final ganó el respeto implantado por años en el fondo de mi mente y no me atreví. Todavía lo deploro.

Al fondo nos recibía un altar mayor grande, adornado de flores y ceras que solamente las muy privilegiadas por su comportamiento (eran casi candidatas a la santidad, o al menos a la vida religiosa) tenían el gusto de encender (yo creo que solo lo hice una vez). El comulgatorio al frente, y detrás los reclinatorios para las monjas que estaba en oración perpetua. Cada hora un par ingresaba a relevar a las orantes. Por fortuna donde se arrodillaban sí era acolchado. A un lado del comulgatorio había una urna con una imagen del Niño de Praga y al otro la imagen de la Virgen de la Paz. Al lado izquierdo el púlpito desde donde algunas veces el sacerdote se dirigía a la gente, aunque siempre era usado durante los retiros anuales.

A cada lado estaban los confesionarios, grandes, oscuros, amedrentadores. Y había que por ley usarlos con cierta regularidad. No se cuántas veces me inventé algunos pecados para poder satisfacer el requisito y que mis notas escolares no reflejaran esta transgresión. Creo que mi visión de la vida y del más allá estaba configurada por las imágenes que mucho más tarde llegué a comprender provenían directamente de la Comedia de Dante. Todo era pecado, y quiero decir t-o-d-o. El problema que solamente noté desde la altura de la madurez y de haber vivido unas décadas era que yo, cuando estudiante, era tan tonta e inocente que mis "malos pensamientos" en realidad no tenían nada de malo, pues me faltaba el conocimiento y aún más la experiencia para poder pensar en algo que merciera la calificación de tal. Pero, bueno, más sobre esto en otro sitio.

Las mañanas teníamos misa, y las tardes el rezo del Rosario, y a veces la Bendición con el Santísimo Sacramento. Y allí se daban las procesiones de Mayo y Junio, los retiros espirituales, el rezo de las Estaciones, el Viernes Santo, las semanas que preceden a la Navidad, las misas solemnes por ocasiones especiales, etc.

La realidad es que esa capilla fue testigo de nuestras más sinceros momentos de plegaria, de nuestras ilusiones de casi niñas, y de nuestros pesares de adolescentes. ¡Oh, los corazones rotos, los orgullos lastimados y las angustias del amor no correspondido! Pero también fue el refugio para los momentos de verdadero pesar, de las penas sin solución, y de los problemas reales, tangibles, dolorosos y humanos que a nadie posiblemente le faltaron, y que con nadie nos atrevimos a compartir. Puedo decir que el mayor milagro por el que recé interminablemente nunca se realizó, pero llegué a aceptar, aunque a regañadientes los accidentes del destino que no pueden cambiarse, o dicho de otra manera, la voluntad de Dios.  Los psicólogos reconocen el valor de la oración, la confesión y la meditación como soporte psíquico y moral. Con seguridad que crecimos y nos convertimos en mujeres emocionalmente fuertes. estables y serenas, y con increibles valores morales, sentido de humanidad y auténtico Cristianismo práctico entre los muros altos y las ventanas alargadas de esa capilla con olor a incienso y flores.

Todas debíamos llevar la cabeza cubierta con un velo de tul. Todos eran iguales, y eran vendidos por las monjas como parte del uniforme. Lo guardábamos en una pequeña bolsita junto con el rosario. La mía era azul oscuro, con mis iniciales bordadas en punto de cruz al frente, sobre el botón que la cerraba. Los velos añadían un toque de elegancia y respeto a la atmósfera devota de la capilla. Cuando iba a la iglesia fuera del colegio llevaba una mantilla española corta, pues el velo de tul era reservado para el colegio y su uniforme.

Cuando me tocó el momento de contraer matrimonio no tuve una duda que lo quería celebrar allí, en ese ambiente que había albergado mi niñez. Ya otras amigas (Clarita, la primera) lo habían hecho. Ese evento tan importante e inolvidable de mi vida quedó entrelazado a mis experiencias de colegiala.  Y dejé mi ramo de novia ante la Virgen que tantas veces me escuchó y me consoló en silencio.

Cuando tiempo después la Comunidad de los Sagrados Corazones había decidido financiar la construcción de un nuevo y moderno edificio con la venta de los terrenos ubicados en la parte antigua de la ciudad me sentí desconcertada y dolida. Fué como si un hito o un símbolo de mi vida  misma se destruyera.  Con esa capilla desapareció toda una época para varias generaciones de mujeres de Cuenca y otras partes del país. Fue un caso en que no estoy segura de que el fin justificó los medios.

En las fotos de los matrimonios que se celebraron allí deben haber segmentos del interior de la capilla. No se si alguien se tomó el tiempo de tomar fotos antes de que fuera desmantelada en preparación para la demolición en el año 197?.  Si alguien las tiene me encantaría verlas.

Una visita 2008

Lourdes, María Eugenia, Clarita y Anita
María Eugenia, Marilú, Clarita y Anita
Marilúy Clarita - mi casa
Marilú y Clarita

sábado, 23 de enero de 2010

Clases de francés

La Madre Stephanie, una francesa, era nuestra maestra de Catecismo en la escuela. Muy seria, estricta, de una disciplina a la antigua. ¿Se acuerdan de los exámenes de religión al fin del año? Qué lástima que no habían cámaras de video y a nadie se le venía a la mente tomar fotos de unos diseños entre teológicos y simbólicos que se hacían como una manera de representar y explicar ideas complejas durante los exámenes orales de religión a los que asistían nuestros padres.  Creo que si aprendí mucho sobre la religión, pero aún más que eso lo que me acuerdo fueron sus enseñanzas de francés.

Enseñarnos francés era una manera de premiar nuestro buen comportamiento. ¡Qué idea magnífica: convertir en premio apetecido lo que en realidad era una acitividad académica que mucha gente considera un esfuerzo! Desde luego que como yo asistí a los Sagrados Corazones solamente desde el quinto grado, estaba un poco atrasada en los conocimientos y me tomó trabajo alcanzar al resto de la clase. No sé sobre las demás, pero yo sí aprendí un montón de vocabulario que luego me sirvió cuando estudié francés en la universidad y tomé clases en la Alliance Française, y aún en la clase de Gramática Histórica en Cuenca, y otras materias similares en la Universidad de Indiana. Siempre me trajo el recuerdo de mis primeros contactos con una lengua extranjera, en una clase de catecismo,

Lo que no recuerdo es el texto de los poemas que nos hacían aprender a algunas de memoria y recitar para la madre superiora durante la repartición de las libretas de notas. Debe haber sido difícil memorizar algo que no se comprendía completamente.

Esto del francés nos distinguía de otros colegios en la ciudad. El colegio era después de todo, una fundación francesa (las monjas habían venido invitadas por el Presidente García Moreno para venir a educar a la niñez ecuatoriana), como lo atestiguaba una placa que estaba colocada sobre o al lado del portón principal de la propiedad del colegio. (¿Dónde habrá terminado esa placa?) 

La presencia francesa se notaba en la superiora, y en la Madre Martha, ecónoma del colegio, quien mantenía cuentas precisas de lo que debíamos pagar. La recuerdo como una verdadera dama, delicada, afectuosa, justa, y de maneras finas y caligrafía impecable.

Como homenaje a la madre superiora aprendimos a cantar La Marsellaise, toda en francés. No creo que la pueda olvidar. Está grabada en mi memoria. Hace varios años, en casa de una querida amiga, durante la sobremesa terminamos cantando el himno nacional de Francia con su hermana, su mamá y su tía, todas ex-alumnas de los SS CC.  Era un símbolo de una época y un lugar común a todas,  junto con las venias a la francesa y los saludos de "Bon jour, ma mère," "Bon soir, ma mère," y "Merci, ma mère."

lunes, 18 de enero de 2010

El Otorongo

Cuando pienso en el colegio no puedo dejar de pensar en el Otorongo.

Era un momento especial cuando una de las monjas nos decía que íbamos a bajar al Otorongo. Era como llegar a un oasis. Era considerado un premio salir a respirar el aire campestre, lleno de olor a eucaliptos y bajar por el sendero de piedras irregulares que nos llevaba a las vecindades del río. Aún hoy, el olor a eucalipto me imparte una sensación de bienestar y una cierta melancolía irreprimible. Son sentimientos encontrados: la melancolía por el tiempo ido, y los recuerdos sencillos y amables, inocentes y gratísimos que me traen a la mente el sabor de la vida sencilla y sin complicaciones. Ir al Otorongo era una cosa especial. Yo solo recuerdo los árboles altos, la hierba, las pencas, las advertencias de no acercarse a los peligros del río que a veces se escuchaba caudaloso. El agua golpeaba contra las piedras grandes y ese rumor era siempre sedante. Los olores del campo eran una especie de canción para los sentidos.

Me acuerdo los famosos “paseos” al Otorongo que tuvimos alguna vez. Cómo a alguien se le ocurría ir al campo en faldas anchas, plisadas, de casimir de lana y por tanto gruesas y pesadas, no me puedo ni siquiera imaginar eso hoy cuando los pantalones o “jeans” cómodos son la orden del día, especialmente para jóvenes. Definitivamente fue otro mundo.

El Otorongo era también el sitio donde nuestros amigos (traducción: “enamorados”) venían a enviar señales de humo como prueba de que estábamos en su mente. ¡Oh, la juventud y su creatividad! ¡Qué sencillos y emocionantes momentos!

¡No se imaginan cómo añoro al Otorongo, esa inmensa extensión de campo que iba prácticamente del centro de la ciudad hasta el Tomebamba!

El Setenario

Los siete días y noches entre Corpus Christi y el día del Sagrado Corazón eran el famoso Septenario o Setenario. Debo definirlo en un por si acaso alguien no familiarizado con nuestras costumbres lee estas líneas (como mis hijos, por ejemplo). Cada grupo ciudadano celebraba un día, con misa, procesión, recuerdos, etc. Mi padre fue muchas veces prioste del grupo de los “doctores.” No sé si todavía se mantiene la misma organización que era una manera de compartir los gastos y recibir donativos para la iglesia. Las festividades terminaban o culminaban el día de Corpus Cristi con la procesión y bendición con el Santísimo en la que era la Catedral Vieja.

Las armazones de los “castillos” se erigían entre el Parque Calderón y la Plazoleta del Carmen, en la esquina de mi casa, y cuando se quemaban se podían ver un poco desde un balcón nuestro. Las ventas de dulces se localizaban alrededor del parque y frente a la catedral nueva. ¡Los miles de sucres que se hacían humo entre “cuetes” (cohetes) y fuegos artificiales!

¡Qué sabrosos eran los dulces del Setenario! ¡Y tan baratos! Todo hecho a mano, nada de máquinas para estas confecciones especiales: roscas de yema, cocadas (de veras), alfajores, aplanchados, orejas, etc. Pero lo mejor eran las noches, cuando las afortunadas podían conseguir que algún dichoso dueño de una camioneta de paila las invitara a pasear alrededor del Parque Calderón. ¡Qué horas tan maravillosas dando la vuelta a unas pocas manzanas y mirando gente que estaban haciendo exactamente lo mismo! Me acuerdo una aventura que tengo entre mis recuerdos más preciados y divertidos. Creo que fue en quinto año. Nos divertimos tanto con uno de mis mejores amigos, dueño de una de las requeridas camionetas, a quien siempre le agradeceré un recuerdo tan lindo. ¡Yo era tan tonta, inocente, y sobreprotegida (pero eso es capítulo aparte…)! De todos modos, me acuerdo también que una de nuestras compañeras súbitamente se convertía en la más popular cuando se aproximaba el Setenario, y todo porque su familia tenía una camioneta de paila (y un hermano que la manejaba) y esa era una posesión tremendamente valiosa en esos momentos críticos.

Muchos años después, en una ocasión en que mis hijos, ya adultos, y yo visitábamos Cuenca eran los días (y noches) de Setenario, y mis hijos desafiaron nuestro temor a cruzar solos de noche los puentes oscuros para mirar los juegos artificiales y comprar los ponderados y ya famosos dulces de los que prácticamente se alimentaron por una semana entera.

El "fiambre"

La palabra significa en este caso el dinero que nos daban nuestros padres para que pudieramos comprar una golosina durante o después de las clases, mientras caminábamos en dirección al almuerzo de familia.

¿Cuánto nos daban de fiambre? ¿Cuánto era considerado adecuado para que nuestros gustos infantiles y luego de adolescentes se satisfacieran sin “quitarnos el hambre” para la comida casera? A mi me daban 1 sucre al día y era considerado un buen fiambre. Algunas compañeras, en broma y en serio, creeían que yo debía compartir mis sucres que a veces hasta ahorraba para hacer una compra mayor. Claro que cuando la moneda nacional se cambió y los queridos sucres se esfumaron, junto con la temida inflación, se fue en gran parte la posibilidad de comparar o dar algún sentido a los precios y capacidad adquisitiva de los años cincuenta. Me acuerdo que un sánduche de “la gorda” cerca del Cenáculo costaba un sucre. Nunca me gustó la carne y no creo que nunca comí uno.

Nuestra parada obligada era una pequeña tienda en la esquina de San Sebastián. Vendían una variedad de golosinas, creo que más que nada dulces. Me gustaban las cocadas (que no tenían en realidad mucho coco) y que venían en varios colores y sabores.

Algunas chicas, y no quiero mencionar nombres, llevaban varios bocaditos al colegio que luego quedaban almacenados en el pupitre por varios días. Es un milagro que no tuviéramos una plaga cierta de ratones.

El bus del colegio

La adquisición de un bus nuevo fue un motivo de celebración pues ya contaba nuestro colegio con un medio de transporte únicamente para sus alumnas. No otro establecimiento educativo tenía algo similar y era un orgullo contar con tan progresista y costoso sistema, una especie de símbolo de la categoría y calidad del colegio.

No todas usábamos el bus. Dependía de la distancia de las casas hasta el colegio, pero esto de la distancia era muy relativo. Yo era de las que siempre usaba el bus, pero mi casa estaba apenas a diez cuadras del colegio. Pienso en esto cuando voy a caminar por ejercicio y ando durante al menos 30 minutos sin parar, por una pista con piso de material tecnológicamente correcto para que mis piernas y rodillas que hace tiempo sobrepasaron el medio siglo no se molesten (soy un poco perezosa, debería caminar más largo).

Habían dos “viajes” o rutas. El “primer viaje” comenzaba a recoger estudiantes a las 6 de la mañana, y el “segundo” alrededor de las 6:30. Todavía ahora me despierto sin despertador a las 6 sin falta. Años de entrenamiento dejaron su mella. La una ruta cubría el lado cercano al río hasta la calle Bolívar, y la otra el sector oriental de la ciudad. Máximo llegaban hasta la altura de San Blas. Esto nos da una idea de lo pequeña que era la ciudad misma. El otro lado del río practicamente no existía, y el colegio de los Sagrados Corazones mismo estaba ya en las afueras.

Aún me acuerdo como era la ruta del “viaje” que me tocaba a mi. Cierro los ojos y nos contemplo dentro del famoso bus sentadas de dos en dos a cada lado, a veces tres. Las ventanas eran muy apetecidas, pero también lo eran los asientos del final del bus. Muchas tenían que estar de pié en la mitad – a nadie se le ocurrió preguntarse lo que sucedería en caso de una parada súbita. El bus partía por la Colombia (¿o era la Bolívar, antes que la ciudad debiera adoptar calles de una sola vía por la intensidad del tráfico?) y luego viraba en una especie de zigzag hacia la Vasquez de Noboa (hoy Córdova), seguía por la Tarqui y luego la Sucre, la General Torres, la General Córdova (hoy Calle Larga), la Padre Aguirre, la Sucre otra vez, Benigno Malo, Córdova, etc. hasta retornar al colegio por la Bolívar. Mi casa quedaba entre dos esquinas, en una cuadra no cubierta por el bus, y yo tenía que caminar unos metros, que se hacían muy largos o muy cortos, dependía de las circunstancias. Desde luego que la ruta cambiaba de tanto en tanto, pero esta es la que más me acuerdo.


miércoles, 6 de enero de 2010

Se acerca el aniversario

Muy rápido se acerca el aniversario de graduación.

Voy a dedicarme a escribir recuerdos como:

La piscina del colegio
La madre superiora y sus "rifas."
Las clases de francés
La escuela gratuita
Las comedias u horas sociales en honor de varias gentes o cosas
Los retiros
Las aulas
El patio del colegio
Las competencias de mayo
El último mayo y sus poemas


¿Hay alguien por allí que me quiere ayudar? O por menos, escriban sus comentarios. Es muy fácil.  Hay en enlace al comienzo de cada sección. Quizá me de tiempo para incluir fotos.