lunes, 29 de marzo de 2010

Vino y otras bebidas

Estábamos en Quinto Curso y nuestra clase era en el tercer piso, encima del proscenio del salón de actos, en un cuarto angosto casi sobre la puerta de entrada y la portería (y la Madre ………, una monja muy bajita cuyo nombre se me escapa). Un jardín lleno de árboles estaba debajo de las ventanas y a veces llegaba el perfume de los jazmines desde el otro lado del sendero que conducía de la calle a la portería. Este es un perfume que me ha quedado en el fondo del alma y que me conmueve a través de medio siglo, no importa dónde esté.

Habían dos hileras de pupitres, uno a cada lado del cuarto y al fondo (o al frente, depende del punto de vista) estaban el pizarrón, y el escritorio para el maestro o maestra. Desde las ventanas (a las que teníamos prohibición de aproximarnos) se miraba el sendero de entrada con su caminito de adoquines y la hierba a los lados, todo encerrado entre altos muros. Atrás o junto a la puerta había un armario con dos puertas donde poníamos algunos materiales de la clase, y donde en aquella memorable ocasión también se conservaban los trabajos de fermentación en que algunas estaban poniendo en práctica las lecciones.

El programa de estudios incluía química y esa fue nuestra oportunidad de aprender los principios de la fermentación y la destilación del agua y otros líquidos. Cuando convenía hasta las menos estudiosas aprendían algo –y esto debe ser tenido en mente para saber despertar el interés académico entre los jóvenes.

Al cabo de unos días la fermentación había llegado a su punto, y lo que originalmente eran jugos de frutas se había convertido en alcohol de bajo grado, pero alcohol al fin. Ahí es cuando las cosas se pusieron interesantes por decir lo menos. Las visitas al armario por parte de algunas chicas eran repetidas y, poco a poco, algún efecto les habrá hecho, hasta que entre los sospechosos paseos al armario, con o sin pretexto, y el olor mismo del "experimento" lo delataron ante las monjas y tuvo un final sin gloria.

Años más tarde descubrí que en este país (USA) habían rígidas leyes contra el consumo de cualquiera forma de alcohol por menores de edad, lo que en algunos estados significaba los 21 años. La sola posesión de una bebida alcohólica podía traer consigo la expulsión automática de la universidad. ¡Sabe Dios lo que les hubiera ocurrido a las fabricantes de contrabando en una clase del colegio!

Yo me acordaba de esta aventura cuando mi suegro italiano tenía licencia del Estado de Illinois para hacer anualmente hasta 200 galones de vino para consumo familiar y el olor de la barrica en el sótano llegaba al piso principal de la casa.

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