sábado, 20 de marzo de 2010

¡Terremoto!!!

Cuando estábamos en un aula del tercer piso, cualquier temblor, por mínimo que fuera se sentía en grande. El edificio entero parecía bambolearse, y posiblemente lo hacía dada su estructura hecha a base de pilares de madera. Lo sorprendente es que a nadie se le ocurrió aconsejarnos que lo más peligroso en un caso así eran las gradas también de madera y que podrían desencajarse y caer con un movimiento brusco o un temblor prolongado (en términos de segundos). Tampoco a nadie se le ocurrió que un edificio de esa naturaleza podía ser una verdadera trampa en caso de un incendio, que por fortuna nunca se dio (excepto una vez en que por breves segundos un alambre eléctrico que iba hacia en encendedor de la luz se comenzó a incendiar y alguien lo apagó de inmediato). No quiero ni siquiera imaginarme las consecuencias de un pánico y la dificultad de escapar sin haber tenido nunca ningún entrenamiento ni rutas definidas (como los hacen las escuelas en los Estados Unidos).

Había especialmente una compañera que en cuanto se sentía un temblor llagaba al patio en cuestión de segundos. Cuando las demás finalmente llegábamos ella estaba ya apaciblemente esperándonos. La mayor parte se aterrorizaban. Por razones que ignoro a mí los temblores no me provocaban mayor impresión y mantenía la calma. Era un hecho natural sobe el cual no teníamos control y por tanto nada se podía hacer sino esperar a que terminara y afrontar las consecuencias.

Un buen día yo caminaba por el centro de la clase (angosta, y con ventanas hacia el camino de entrada) y súbitamente tuve la tentación de asustar a mis compañeras. Era una broma más o menos inocente, mínima, pero yo no contaba con que coincidiera con un hecho de verdad. Estiré la mano, toqué el foco para hacerlo moverse, y grité: “¡temblor!” Instantáneamente todo empezó a moverse con un verdadero temblor que yo sin quererlo casi había provocado. Me sentí un poco culpable, y el leve temor a las consecuencias disciplinarias por un chiste se convirtió en verdadero temor a la casualidad que me había hecho una mala jugada.

Ese fue el día en que yo causé un temblor.

No hay comentarios.: