viernes, 7 de mayo de 2010

La distancia

Tiene sus ventajas el vivir tan lejos del lugar en que crecí. 

Por un lado: el tiempo se ha detenido en los recuerdos. Por otro, las imágenes de esa vida tan lejana están como congeladas, inmutables. Me acuerdo que hace muchos años al encontrarme con alguna amiga después de 10 o 12 años, mirar su rostro me parecía como mirar una película en que el maquillaje añade edad a los actores en unos momentos y hace que en dos horas transcurran décadas y se reflejen en la cara de los protagonistas. Unas pocas líneas más, unos pocos cabellos grises, una mínima diferencia en la agilidad juvenil, y la imagen mental se ajusta igual con esos ligeros cambios. Después, muchos años más tarde, al encontrarme con personas que no había visto en 20 o 30 años me parecían tan envejecidas y se lo mencioné a mi madre, quien con su natural bondad no me mencionó que yo también sufría de lo mismo. Hasta que me di cuenta que yo también había cambiado sin percibirlo. Así he llegado a comprender la idea fundamental de Fausto, mezclada con el Retrato de Dorian Grey, y Rip Van Winkle, todo combinado.

Lo malo de vivir lejos es el haberse perdido los eventos importantes en la vida de la gente que se ama, y el tener en cierto modo una vida doble. Sé bien que el no haber compartido con mis amigas sus vidas me pone un tanto al margen de su existencia, pero es por eso que he llegado a valorar más la acogida afectuosa que siempre he recibido al regresar a Cuenca. Las llamadas, las invitaciones, y los abrazos cariñosos me han llenado siempre de alegría y nostalgia por el tiempo y la lejanía. Al mismo tiempo, no he podido compartir con mis amigas los momentos cruciales de mi vida, y lo que ellas conocen de mi existencia es una pintura muy unidimensional, sin fondo, sin el marco del medio ambiente que da substancia y añade significado a los hechos. En fin, no se puede tener todo, pero ¿por qué?

El Internet llenó el vacío informativo que el fallecimiento de mi madre hubiera dejado. Ella me envió por miles de correos los recortes que relataban el acontecer de la ciudad y de las personas que yo conocía. Hoy miro los periódicos locales casi cada día, me apeno por los que desaparecen, y me alegro por los triunfos y reconocimientos de otros. Los nombre y las fotos me traen a la mente los nombres de gente en generaciones antiguas, casi mis contemporáneos. 

¿A dónde se fue la vida?

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