viernes, 7 de mayo de 2010

El Grado

Finalmente llegaron los tan temidos y esperados grados. Esperamos con anticipación saber quiénes serían los jurados designados por las autoridades educativas para presidir los grados orales. Era considerado un privilegio ser nominado para presidir los grados en un colegio de tanta categoría como el nuestro.

Fueron dos días en que una por una, en orden alfabético, en el salón de actos del colegio, tuvimos que enfrentar a un jurado compuesto por profesores de otros colegios junto con los nuestros, en cinco materias diferentes. Casi una hora de tener que pensar seriamente y tratar de recordar lo estudiado y aprendido y de responder en forma adecuada o al menos coherente a las preguntas de estos cinco señores. Y con gente que de pura buena voluntad, cortesía y afecto habían venido a acompañarnos y disqué presenciar el mentado grado. La presión y el miedo a pasar una vergüenza si la memoria y los nervios nos fallaban deben haber sido tremendo, una especie de tormento final inventado como para no dejarle a una ganas de exponerse a vivir otra experiencia similar por nada del mundo, y a elegir quedarse en casa, buscar marido, y abandonar todo interés intelectual, o correr más riesgos.

Luego de cada grado venía la investidura con la capa y el birrete, la lectura de un juramento cuyo contenido no me acuerdo, las fotos, y a veces una visita breve a la casa de la graduada para una copa de vino celebratorio. Hacia el final del día las copitas se habían acumulado en el sistema. Y ahí es donde hasta la coherencia nos llegó a faltar ("el Presidente García Moreno fue hijo de un señor García y, pues, de una señora Moreno …")

Hubo varias fiestas en nuestras casas, con el resto de la clase invitada, más sus pretendientes o novios más o menos oficiales. Pasamos un par de semanas increíbles.

Eran el fin de una jornada que comenzó con un grupo de niñas y terminó con mujeres listas a asumir su sitio en la sociedad y a dar su contribución a la vida. Dos fuimos a la universidad (siempre lo habíamos planeado), varias fueron a la Escuela de Bellas Artes (dos eran verdaderas artistas), otras comenzaron a trabajar en distintos sitios. Poco a poco cada una siguió su propio destino.

La vida se encargó de llevarnos por distintos rumbos, a otras ciudades y a otros países, pero la amistad, una amistad maravillosa, sincera, y única, perduró, maduró, nos sirvió de seguridad y ancla. Yo siempre he hallado terapéutico regresar a Cuenca y re-encontrarme con mis compañeras de antaño, y retomar la conversación o iniciar una nueva en medio de una confianza y comprensión absolutas. Me considero afortunada porque al faltarme hermanas tuve amigas a lo largo de medio siglo y desde mucho antes.

La verdad es que eramos un grupo de chiquillas amables, sencillas, bondadosas y básicamente generosas. Nuestras familias nos inculcaron ciertas virtudes y las monjas las cultivaron.

Y ese final de una etapa maravillosa llegó, dijimos adiós a lo que había sido más que nuestro segundo hogar. Y nos prometimos encontrar en dos años, en cinco, quizá en diez, pero no pudimos pensar más allá en este futuro tan lejano e inimaginable. Con la falta de visión de la juventud no pudimos pensar, menos planear un encuentro en otro siglo, y en un mundo tan distinto. Apenas aprendí un poco de mecanografía, en un por si acaso…. Yo iba a ir a la universidad, a convertirme en profesional, y siempre tendría secretaria. Ahora aquí estoy en mi computadora portátil y usando los medios más modernos para dejar constancia de mis pensamientos y de mi afecto hacia una época de mi vida y aquellas que la compartieron.

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