sábado, 17 de abril de 2010

Las rifas de la Madre Superiora

¿Se acuerdan? Yo sí. Creo que aún conservo unos vestidos tejidos en crochet para muñecas (de unos 8 centímetros de alto) que "me sacaba" en las mentadas rifas. En una revista vi algo similar para usar como manoplas o agarradoras para los trastos calientes en la cocina. Como todo mi fiambre se gastaba en boletos, mis padres no estaban muy convenidos con la idea de esta rifa, pues consideraban que yo necesitaba comprar y comer unas golosinas en vez de los cachivaches que recogía en ella y traía a escondidas a casa. Pero a mí sí me gustaban estas rifas. ¿Dónde más iba a encontrar las cosas mitad antiguas, mitad absurdas que obtenía como premios? 

No sé si Ma Mer se entretenía el año entero recolectando o haciendo estas pequeñas cosas o en dónde las encontraba. Debe haber tenido un tesoro casi inagotable de tarjetas, medallitas, dijes, estampas, etc. Siempre había la esperanza de ganar algo bonito, pero los chances, como en toda lotería, eran uno en varios miles.

Cuando la Madre Superiora fue enviada a presidir otra comunidad las rifas desaparecieron. Para entonces yo también había crecido y esta actividad tan  peculiar había perdido su encanto, pero fueron tan divertidas mientras duraron. Varias décadas más tarde, aún las recuerdo con especial nostalgia.

De Lastenia:

Tu blog me hace recordar muchas cosas y sensaciones de cuando inocentemente enfrentábamos la vida con risas y alegría, como debería ser siempre. Cuando salíamos del colegio a las 12, se abría el mundo para darnos paso, para empezar a ver que había otra gente aparte de los abuelos , primos, tíos y hermanas.

Tambien había amigos, primero; luego aparecieron los pretendientes. Que alegría nos causaba que alguien nos salude especialmente, que nos digan un piropo, que nos acompañen a la casa. Después nos pedían el teléfono.

Al principio, no teníamos otra idea que bajar en grupo riéndonos y patinando en las aceras de la Bolívar, como si tuvieramos patines. Ya puedes imaginarte, 8 o 10 "chicas," la mayoría bien altas, con 16 o 17 años, riendo y patinando en la calle principal de nuestro hermoso pueblo, que en ese entonces era simple y bello, sin el tráfico de ahora, en donde conocías y veías a todo el mundo en la Bolivar.

Tambien un tiempo comprábamos en San Sebastián, en una pequena tienda, choclos com queso, unos enormes choclos humeantes, blancos que nos alcanzaba para todo el viaje a casa. Después de un tiempo cambiamos el choclo con las pastas de queso. No me acuerdo como se llamaba la pasteleria, frente al correo, te acuerdas tú?   (Nota de Lourdes: la panadería de la señora Jesús Idrobo? Aún existe, y aún compro dulces ahí.)