miércoles, 30 de junio de 2010

Las exposiciones

Subtítulo: Donde nuestras madres se lucían

Casi todas tuvimos el privilegio de tener madres hábiles en el bordado, tejido, crochet, y más labores de mano. ¡Y cómo se lucían en las exhibiciones de costura y otras tareas similares! Si la mamá no era hábil, ¡pobre chica! A duras penas lograba terminar la larga tarea que se había impuesto y su obra se veía disminuida junto a los logros de sus compañeras que tanta habilidad, constancia y talento (un poco prestado) demostraban.

Claro que sí nos enseñaban y también aprendíamos. Conservo aún los muestrarios de puntadas, un mantel al punto de cruz que hice en el tercer grado, un juego de sábanas hecho no sé en qué grado, una cubierta de cama de un color un tanto raro, y un álbum con muestras de tejidos, incluyendo un juego de ropa de bebé en miniatura. El suéter que hice en la primaria y el vestido que fue el producto de la clase de corte y confección desaparecieron hace un montón de tiempo. El énfasis estaba en la perseverancia para completar obras que requerían horas y horas de dedicación y minucioso esmero.

Las clases con la Madre Carolina eran muy simpáticas. Solo una vez la vi disgustarse seriamente y hasta casi llorar de enojo. No estaba permitido el conversar, sino que debíamos escuchar la lectura de un libro que nos tomábamos turnos para leer. Allí escuché por primera vez las historias de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, y otras que he buscado sin éxito, pero que tenían lugar en un colegio de chicos en Wisconsin…

Creo que podría reproducir el cuarto de costura y volver a poner las máquinas de coser, las bancas, las sillas, los cajones y más detalles en el mismo lugar donde estuvieron en esas horas apacibles en que nuestras manos se mantenían ocupadas, y nuestra imaginación se marchaba de paseo quién sabe por dónde. Y todo en medio de susurros a escondidas.

Las máquinas de coser estaban junto a los ventanales, entrando hacia la izquierda de la puerta. Hacia la derecha estaban las bancas donde nos sentábamos a bordar, tejer y soñar… Y había un cajón muy grande que era mi asiento favorito. La Madre Carolina iba de una en una controlando nuestro progreso: que las puntadas fueran parejas, que los puntos del tejido no se "corrieran, " que el color adecuado se usara en tal o cual detalle de la costura o bordado, y que nuestras manos adquirieran la destreza que da solamente la práctica.

Me acuerdo con extraordinaria claridad los hermosos trabajos que las internas realizaban usando unas puntadas, deshilados, y unos estilos de labores que casi han desaparecido. Tenían mucho tiempo y relativamente pocas actividades permitidas para llenar las horas largas cuando no habían clases, pues la comida estaba lista, la ropa lavada y aplanchada, y el dormitorio limpio. Aparte de las labores de bordado, tejido y similares, poco tenían que hacer, pero desarrollaban estas habilidades al máximo.

La clase de costura era una hora apacible, llena de calma, silencio y, pensándolo bien, una de las más útiles y prácticas para la vida diaria. Así aprendí cosas tan básicas como pegar botones, hacer ojales, coser el dobladillo de una falda o un pantalón, que me han servido innumerables veces a través de una vida entera. Aprendí a tejer a palillos y en varios estilos y no puedo contar los suéteres que he hecho para mí y mis hijos cuando eran pequeños (después quisieron solo los de diseñadores). Lo he disfrutado muchísimo y este trabajo ha añadido un trasfondo de entretenimiento y relajación a mi tiempo libre.

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