jueves, 1 de julio de 2021

El Edificio del Colegio

 ¡Qué bonito era el edificio del colegio! Viejo, enorme y muy hermoso.  Una ciudadela completa dentro de sus muros, una parcela campestre al borde de la ciudad que avanzaba y se extendía sin parar. Una placa que indicaba que era posesión francesa estaba junto a la puerta principal y predicaba el hecho de que se ingresaba en un mundo distinto, y en realidad lo era.

Los salones de clases eran asignados en función al tamaño de la clase.  La nuestra era pequeña, tal vez de unas 22 alumnas en primer curso, cuando varias estudiantes de Loja vinieron como internas, y luego entre 18, y al fin 16 y 15. De modo que siempre nos tocaban cuartos asimismo pequeños, pero acogedores y algunos llenos de ventanas y de luz.

Creo que primero y segundo cursos fueron en la parte baja. Luego el tercero y cuarto en la parte superior con vista al río, el quinto en el extremo opuesto, y finalmente el último en la parte más  antigua del edificio, cerca de las monjas. 

Los salones de clases eran asignados en función al tamaño de la clase.  La nuestra era pequeña, tal vez de unas 22 alumnas en primero curso, cuando varias estudiantes de Loja vinieron como internas, y luego entre 18 y al fin 16 y 15. De modo que siempre nos tocaban cuartos asimismo pequeños, pero acogedores y algunos llenos de ventanas y de luz.

El patio rodeado de gruesos pilares de madera de roble y empedrado con adoquines era el centro de acción.  Siempre limpio todo y bien mantenido. El comedor de las internas ocupaba el primer piso.  En el segundo estaba el salón de actos, junto a los pequeños cuartos, casi cubículos, dedicados a la práctica de la música.  En el tercero estaba el dormitorio de las internas, y un par de salones de clase..  Tuvimos suerte que nunca se dió algo como un incendio, pues era una estructura de madera, ubicada a un lado del patio. Los otros tres lados eran estructuras de dos pisos, en adobe, y contenian las viviendas de las monjas.

Siempre tuve una intensa curiosidad por los sectores que nos estaban vedados, como los cuartos de las monjas, y el sector de las "donadas," o lavandería y, me imagino, plancheador. Tenían un aura de misterio como todo lo prohibido, como las vidas mismas de estas mujeres que habían dedicado su existencia completa a la vida religiosa y de servicio.  Nunca se me ocurrió que algunas de ellas eran quizá solo unos pocos años mayores a mi, o que alguna vez fueron niñas traviesas y alegres, con planes e ilusiones, y que detrás del hábito se escondían sentimientos, ansiedades y deseos totalmente humanos. Esto lo pensé muchísimo tiempo después.

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